Toda acción participativa, solitaria o en compañía, tiene un propósito. Hasta la acción más nimia se realiza con una finalidad. A menudo, nos acongoja la pregunta ¿Y esto para qué sirve? Todo conlleva un propósito, incluso una operación tan simple como comprar el periódico para enterarnos de las noticias o sólo para pasar el rato, lo cual no deja de ser un objetivo, por enclenque que sea.
El estado de ánimo —experiencias, motivación, capacidades propias, actitud, etcétera—, ante lo que percibimos como una necesidad, provoca la decisión de actuar.
A medida que avanza este proceso de necesidad-acción, en el individuo surgen ciertas preguntas: ¿El objeto al que me aproximo se parece al que tenía en mente al
empezar?; ¿el esfuerzo empleado —lo que yo aporto— es proporcional a los frutos obtenidos?. Al tenor de las respuestas, surgen nuevos interrogantes: ¿Abandono?; ¿sigo como hasta ahora?; ¿pongo más carne en el asador —o madera en la locomotora—? El conflicto se complica o se subsana con el paso del
tiempo. La motivación puede variar, por lo que si no se renueva el esfuerzo se iría consumiendo. Podemos reponerlo, pero también puede pasar que nos agotemos antes de la llegada. También es probable que el objetivo varíe de aspecto a la luz de nuevos sucesos o de informaciones que vayamos recibiendo. Del mismo modo, la llamada de otras actividades que nos ofrecen más eficacia o recompensas superiores puede hacer disminuir la madera quemada en la caldera inicial. Pondré un ejemplo personal, sin que sirva de precedente.
La idea de escribir la presente obra se fue gestando a raíz de las experiencias de participación en ambientes sociales, políticos o de memoria histórica. Asistía, desde luego, por el objetivo que cada colectivo proponía, e incluso alguna vez fui el impulsor del grupo. Pero siempre, por deformación profesional debida a estudios previos, había también cierto interés antropológico de analizar los problemas, las vicisitudes y las relaciones entre los miembros. También analizaba cómo éstos asumían el objetivo común y en qué medida se aproximaban a su consecución. A cada paso, con cada estupor, tristeza, alegría o indignación que experimentaba al ver la evolución de los grupos en los que participaba presencialmente o vía Internet, crecía mi motivación para ponerlo negro sobre blanco.
Pero la energía que se tiene o se está dispuesto a emplear es siempre limitada. Habría que hablar largo y tendido sobre ello. Así que dedicarse a múltiples causas, organizando encuentros y participando en otros, más tareas didácticas, como talleres y tutoriales en las redes sociales, me obligaban —o eso me decía a mí mismo— a posponer la redacción del libro. Para calmar la conciencia, leía y fichaba libros sobre participación, acumulaba enlaces de webs sobre este tema y poca cosa más.
Pero llegó la covid-19. El confinamiento me impidió asistir personalmente a actos y reuniones. Contra lo que esperaba, las redes se llenaron de encomiables iniciativas para paliar la angustia del encierro, pero —al menos esta fue mi percepción— muchos de los debates y propuestas ya existentes de tipo social, político o lúdico quedaron de repente en hibernación. «¿Por qué?», me pregunté. La pandemia ponía de relieve que el movimiento de dominio y expolio de gran parte de la población —que el buenísimo llama eufemísticamente neoliberal—, favorecido por la estulticia inducida de gran parte de la ciudadanía, está
más activo que nunca. Agrupa fuerzas que maniquea y que simplistamente incluimos en las derechas, los partidos y colectivos que favorecen el bienestar de unos pocos álguienes a costa de muchos nadies.
Con la inédita crisis actual, las consecuencias sanitarias y económicas serán terribles desde el punto de vista social, laboral y político. La baja capacidad de reacción de la clase trabajadora, damnificada desde tiempo atrás y, más aún, la de los nuevos perjudicados del más amplio espectro, se verá disminuida considerablemente por el paro y los recortes en todos los frentes que se nos van a echar encima. Mientras tanto, a pesar de los contagios y los muertos, Trump y sus tuits tenían un elevado nivel de aprobación popular; así mismo, Bolsonaro y sus iglesias. También se hace cada día más patente la debilidad ejecutiva de la Europa de los derechos humanos. La publicitada eficacia china, basada en un control exhaustivo de la ciudadanía, se va poniendo de moda como remedio contra la enfermedad. Más cerca, en España, algunos como Abascal, Casado y Torra (hasta que no pudo legalmente aguantar más), siguen empecinados en su incansable labor de zapa: no paran. Entonces, ¿por qué los grupos de tendencia solidaria, aquellos que debieran luchar para contrarrestar el tsunami neoliberal, nacionalista o autoritario-paternalista, congelan su labor? El tiempo pasa y la energía no usada no se podrá recuperar. Cada paso sin dar, mientras el contrario da varias zancadas, es uno perdido, y la distancia desmotiva a los paseantes. Pensaba que las organizaciones de todo tipo y medida debieran recoger, en forma de energía social, la indignación que la ciudadanía siente frente al desastre causado por la sanidad recortada, la educación infradotada y los gobiernos débiles, fruto de una ley electoral obsoleta y tantas otras crisis que se solapan. Un ejemplo positivo de esto es que con la pandemia, que ha amortiguado el empuje de muchos colectivos, se ha mantenido firme la actividad de las mareas blancas, de hecho agrupadas en una Marea Blanca Estatal. Pero la evidencia es que, por ahora, en general tal actividad no existe y, cuando la tormenta haya pasado, la derecha estará más fuerte y rica. ¿Qué está pasando? Y me puse a escribir este libro. Dejemos ya mis elucubraciones. Supongo que muchos de los lectores sentirán la misma preocupación. Pues vamos a ello.
Se habrá constatado que al entrar en la segunda parte del libro se ha hablado repetidamente de la energía que se deposita en un proyecto. Junto al concepto de equilibrio, éste será el eje conductor de lo que sigue: el análisis del balance entre lo que cuesta y lo que se recibe, y cómo afecta a la dinámica de la gente de buena voluntad que está inmersa en procesos de participación.
Para el análisis nos bastará considerar tres componentes: miembros (participantes), estructura y objetivos. Cabe tener muy en cuenta que el mantenimiento de un
cierto equilibrio entre los componentes requerirá de un consumo importante de energía de todo tipo. En este sentido, en la Figura 2 se puede observar cómo las flechas indican la cesión o consumo de lo que entendemos por energía.
Seguirá…..