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LA ÚLTIMA CURVA

Es una lástima que políticos a los que la ciudadanía escucha, viertan sus mensajes sin ton ni son, no teniendo en cuenta que su recepción por parte de la ciudadanía puede tener efectos nocivos para la convivencia e incluso para la causa que dicen defender.

Con ocasión del paso de la Vuelta a España por Cataluña, un grupito de hiperventilados intentó poner en peligro la integridad física de los corredores participantes, echando aceite en la carretera. Ciclistas de todo el mundo podían haber sufrido graves lesiones si la gamberrada se hubiera consumado.

Incluso desde el punto de vista de quien quiere llegar a la independencia del país, lo que querían hacer esos cuatro energúmenos no tiene justificación, y no se aguanta por ninguna parte que Junts y ERC calificaran el hecho como una “protesta independentista que sufrió una detención preventiva por parte de un estado autoritario y caduco”, en una actuación “contra las libertades fundamentales y los derechos humanos” (Junqueras dixit).

Siempre habrá vándalos, pero es obligación de quienes pretenden conducir un país (el nuestro también) prevenir los estragos que pueden llegar a causar. Acciones como esta se tornan contra quien predica que la policía no debe vigilar preventivamente, echando por el suelo su victimismo.

Señores de Junts y ERC: un estado moderno y democrático, ¿hubiese esperado a que a unos cuantos profesionales del ciclismo de todo el mundo se partieran el cráneo para actuar? ¿Llevados los heridos al hospital, hubieran seguido alentando a los causantes bajo el paraguas de una “protesta legítima”?

En su ocaso turbulento, el procés ha caído en el esperpento. Ante la falta de horizonte, queda un día a día trufado de manifestaciones, tuits y gestos que duelen dañan más que benefician a su propia causa. Pendientes de su propia imagen ante sus seguidores, se ven empujados a manifestarse a favor de cualquier tontería que lleve el añadido de independentista, aunque, como la gamberrada comentada, vaya en contra de la imagen de Cataluña y la integridad física de personas ajenas a cualquier política. Como dice Emma Riverola (El Periódico, 4.9.2023, página 4), «han sublimado el mito por encima de la razón». Pero con declaraciones como las comentadas, con razón ausente, el mito es sólo un artificio, cada día con menos fuego y más humo.

Es muy preocupante que quien lidera unas legítimas opciones políticas se muestren tan comprensivos ante estas alocadas y peligrosas acciones. ¿Se dan cuenta del daño que hacen a la propia idea de ir hacia la independencia? Porque aunque afortunadamente efímeras, sus gesticulaciones van calando en alguna buena gente que tiene el legítimo sueño de la independencia, pero que, carentes de análisis más profundos, que siempre se les han escatimado, se agarran a las salidas de tono como si fueran verdades ex catedra.

Un ejemplo: Esta actitud populista provocó el mismo día citado una situación que podríamos tachar de “efecto secundario”. A la llegada a Tarragona, el día 29 de agosto, un grupo que ondeaba esteladas, cogió su posición en la última curva antes de la llegada. Era una buena idea, pensarían, porque así saldrían en televisión, y el mundo los vería. Hasta ahí todo bien. Pero en su entusiasmo (y con aquella filosofía imbuida de que las normas están para ser rotas), fueron empujando la barrera protectora hasta que avanzaron más de un metro, generando así una diente justo a la salida de la curva (ver imagen). El mundo pudo ver que, al menos un par de ciclistas que disputaban el esprint final a toda velocidad, se dieron de bruces con la valla que circundaba el grupo.

Supongo que regresarían a casa con ese calorcillo del deber cumplido, a la vez que unos equipos ciclistas de todo el mundo comentaban, ya en el hotel, con algún vendaje en rodillas y codos, como será este país que piensa que para conseguir la independencia necesita descalabrar deportistas.

Artículo publicado en catalán en Club-Còrtum, el 13/9/2023.