Durante este confinamiento debido al Covid-19, se ha demostrado que la humanidad está compuesta por un gran número de personas encomiables, así como un reducido número de incívicos. Que algunos tengan poder y lo empleen para enmarañar tan difícil situación, no debe impedirnos hacer un homenaje a todos los humildes héroes de nuestros días, en la sanidad, pero también en la distribución, en la limpieza, en el servicio a la comunidad… a todos.
Para ello, y dado que empleo el tiempo en releer el Laberinto mágico de mi admirado Max Aub, paso aquí un breve fragmento de Campo abierto, dedicado a los médicos durante el asedio de Madrid por las tropas de Franco.
Hace cuatro meses que Carlos Riquelme no sabe más que lo que sucede en el hospital, que no se entera más de lo que necesita el hospital, que no piensa ni puede pensar más que en los problemas que le plantea el hospital. No comprende otra cosa, ni quiere ocuparse de nada más. Así compuso su mundo, dándose cuenta de que era la única manera de servir. Dormía, lo poco que dormía; comía lo que le daban, sin fijarse en nada. Operaba, operaba y operaba. Lo mismo le daba que los heridos vinieran de cerca o de lejos. Le habían dicho que contaban con él, y había cerrado los ojos a lo que no fuera su trabajo. No tenía idea del tiempo, ni de las distancias.