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DESPRECIO

En la maratón electoral que vivimos, van surgiendo elementos curiosos, divertidos, lamentables o inauditos. ¿Cómo podemos comprender, si no, que alguien que quiere irse de un sitio, pida un lugar predominante en el mismo durante cuatro años?, ¿cómo se entiende que alguien que rechaza la Constitución, la jure o prometa como paso previo a cobrar un sueldo como representante del colectivo del que ansía alejarse?

Se comprende por parte de algunos candidatos de los próximos comicios del día 26, si pensamos que su objetivo no fueron las Cortes, como no lo son ahora Europa o una alcaldía determinada, lo que es ya de por sí lamentable, sino salir lo más indemnes posible del atolladero en el que se han, nos han, metido. Pero es indigno de alguien que se atribuye el papel de representante público (por no decir la obscena referencia al “mandato popular”), como candidato a gestionar nuestro bienestar, el hecho de que piense solo en él.

Las elecciones europeas se hacen en un momento dramático, no solo para los europeos sino, por extensión, para todo el mundo. Y unas candidaturas del tipo “salvavidas” (como lo fueron también algunas para las Cortes), dañan irremisiblemente la percepción que se tiene de la democracia y de sus valores para resolver los gravísimos problemas que afrontamos.

¿Qué se proponen aportar Puigdemont o Junqueras al devenir de Europa?, ¿qué Forn, encarcelado, a la ciudad de Barcelona?, ¿qué Matamala al Senado “español” ?, ¿o se trata solo de dilucidar quién tiene más larga y ancha su penetración en el colectivo independentista de este rincón del continente? Los enemigos de Europa deben estar relamiéndose las comisuras, a la espera del festín que esperan realizar con sus despojos.

Pero, aunque lo parezca, la situación no es nueva. Leamos el texto: “Se ha de profundizar en una nueva y depurada patria…, y para realizar este ideal no vamos a detenernos en fórmulas arcaicas. La democracia no es para nosotros un fin, sino un medio para ir a la conquista de un Estado nuevo. Llegado el momento, el Parlamento se somete o le hacemos desaparecer”. No, no lo han dicho ni los antes citados, ni los de Vox, ni Salvini, ni Orban, ni Trump, ni… (La lista que surge pone los pelos de punta, y ha sido propiciada precisamente por el desprecio de la democracia aquí comentado). Lo dijo José María Gil Robles, el líder de la parafascista CEDA, en un mitin en el Teatro Monumental de Madrid, y fue publicado en El Debate del 17.10.1933.

Cuando se agita la voluntad popular en función de las necesidades de un supuesto líder en lugar del bienestar colectivo, cuando el papel estructurador y cohesionador de la democracia se pone en un lugar secundario, se abre la puerta al peor de los escenarios, y ya sabemos que nombre tiene la obra.

Antoni Cisteró