Bien, nos vemos el 26J. Entretanto, estas son mis reflexiones:
Desde la caverna se oían mugidos: ¡Han fracasado los de fuera!, ¡por su culpa nos gastaremos otro pastón!, acortemos la campaña electoral, que no se gaste tanto dinero. Y los de fuera, aquellos que intentaron mezclar aceite y agua y obtuvieron ajo y agua, miméticamente repiten el mantra: las campañas son caras, cansan a la ciudadanía, y otras sandeces por el estilo.
No, discrepo. La campaña no debería ser ni corta ni larga, ni cara ni barata, sino honesta, limpia y clara. Y ya que difunden el mensaje de que ha habido un fracaso estrepitoso de los que hacían política (de los otros, de los zombies que sólo salen cuando es oscura noche, no se habla, se dan por enterrados), podrían también incorporar a sus programas del 26J, una reforma de la obsoleta e injusta ley electoral, hecha a medida del bipartidismo caciquil. Una ley de los sin ley.
La campaña no debería ser ni corta ni larga,
ni cara ni barata, sino honesta, limpia y clara
No, no ha fracasado la política. Más allá de una mayor o menor habilidad, de unos egos más o menos hinchados, lo que se ha demostrado es la caducidad de una ley y, eso sí, el fracaso de los que la han mantenido a lo largo del tiempo, basándose en sus cortas entendederas partidistas.
Y por cierto, respecto al coste (en A) de las campañas electorales, todo lo que ahora se saca a relucir incide directamente en el uso (en B) que hacían los partidos con acceso al poder (y muy especialmente PP y CDC) de su capacidad de recaudación, dopando fraudulentamente los resultados de unas campañas basadas en la difusión mediática y la promesa de favores. Al respecto, véase mi anterior artículo, “Un 26J en la rotonda”.